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sábado, 2 de noviembre de 2013

siempre te querré (1)



SIEMPRE TE QUERRÉ (1)
Creo realmente, que me puedo sentir afortunado por haber encontrado lo que vais a leer a continuación. Esta carta, o lo que quiera que sea, la encontré en manos de un pobre viejo en silla de ruedas de una residencia en la que trabajé. Esta es su historia, tal cual yo la conocí.
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Recuerdo aún, aquellos días de mi juventud, en una pequeña ciudad de ningún sitio. Son esos momentos en los que no piensas en nada. Ni siquiera te das cuenta que la vida está pasando. Sin preocupaciones, sin nada que te haga estar mal, solo vivir. Luego llegas a viejo y es cuando te das cuenta que añoras esos momentos.
Como ya dije, pasé mis años de niñez, en una pequeña ciudad de la que aún hoy estoy enamorado. Como cualquier niño, pasaba las horas jugando con mis amigos, esos que con el tiempo fueron desapareciendo o simplemente cambiando. Tengo suerte al pensar, que al menos uno de ellos siguió compartiendo mis momentos a pesar de que entró en mi vida cuando ya contábamos con catorce años. Desde entonces, no nos volvimos a separar, hasta que el destino quiso llevárselo de nuestro lado.
No quiero aburrir con historias banales que incluso podrían parecer sin sentido. Antes de conocerle a él, mi vida no fue más que un caminar despacio por un presente que me llevaría a un futuro que no me preocupaba.
Fui un chico tímido, de esos que apenas se recuerdan con el tiempo, como esa paloma que pasa por delante de tu ventana y pocos segundos después ya no recuerdas. Siempre practicando algún deporte, más casi por agradar a los tuyos que por gusto propio; pero la infancia va pasando y empiezas a tener otras prioridades. Puedo asegurar que tengo bonitos recuerdos de entonces, pero son solo eso, recuerdos.
Supongo que en la vida de toda persona, hay momentos en que algo hace que tu perspectiva sobre las cosas cambie y en mi caso fue empezar el instituto. El conocer gente nueva con las que salir a divertirse. Luis, ya era entonces mi mejor amigo y como tal, fuimos madurando juntos.
Yo era el tímido del grupo, lo que hizo que no fuera hasta los diecinueve años cuando empecé a salir más por ahí, dejando que las chicas entraran en mi vida. Había empezado la facultad, lo que me hacía mirar un poco más hacia el futuro, aunque seguía pasando desapercibido. Se podría decir que yo era el “borde”. Al contrario que Luis, que caía bien a todo el mudo.
Pero no quiero resultar pesado, extendiéndome en cosas que no tienen importancia, tan solo resumir lo que es la vida desde el punto de vista de un viejo. Puede que esos otros momentos, alguien con más fuerzas que yo, decida contarlos algún día.
Ya desde joven me gustó escribir, no podría decir cuántas veces empecé a contar una historia, pero nunca fui capaz de acabar nada. Quien me iba a decir que a mis ochenta y dos años estaría de nuevo frente a un papel intentando contar una historia. Veo el final demasiado cerca y hay algo que me pasó en el pasado que juré haría llegado este momento.
Pero volviendo a mi etapa en la facultad, he de decir que no duró mucho, ya que pronto decidí adentrarme en el mundo laboral. Todos dijeron que no lo hiciera, pero si he de ser sincero, jamás me arrepentí. En ese momento tenía lo que todo joven quería. Me preocupaba por mi futuro, sí, pero no en demasía. Tenía un trabajo y eso era suficiente. Incluso conocí a una chica con la que estuve seis años. Pero como ya se sabe, todo tiene un final.
Muchos decían que yo tenía todo lo que una persona de mi edad podía desear, sin embargo seguía sintiéndome solo. En todos estos años, he aprendido a vivir con ese sentimiento, incluso a abrigarme en él en los momentos que la vida me dio esos zarpazos que nunca esperamos.
Los días siguieron pasando y puedo decir que solo Luis estuvo ahí siempre, tanto en los buenos, como en los malos momentos. Me doy cuenta, que nunca le pude agradecer todo lo que hizo por mí. Todavía hoy, hay noches en las que puedo sentir su presencia. No sé donde estarás Luis, pero espero que siempre supieras que te quería…te quiero.
Él era de esas personas con don de gentes, aunque también es verdad que le aterraba pensar que podía caer mal y hacía siempre lo posible por agradar a todo el mundo. Solo hubo tres personas en mi vida que supieran sacarme una sonrisa cuando yo creía que no podría sonreír. Una de ellas fue él. Pienso en Luis, aunque me invade la tristeza por ello, no quiero llorar más. Una vez más lo conseguiste, de nuevo tú me haces sonreír.
Después de esos seis años con aquella chica, mi vida se convirtió en una especie de rutina, algo que siempre dije que no me pasaría, que lucharía por hacer de mi vida algo que mereciera la pena. Creerme que lo conseguí.
Recuerdo una frase que escuché en una película:
“recorrí el mundo buscando inspiración y la encontré en un hombre que vive lo que sueña”
Por qué no podía hacer yo eso, vivir lo que soñaba.  Y me di cuenta casi a mis veinte ocho años que lo estaba haciendo y que intentaría hacerlo realidad. Me armé de valor, deje el trabajo y me fui de casa. Aunque mucha gente me criticó por ello, nadie supo jamás por qué lo hice.
Los siguientes cinco años, los pasé recorriendo España. Hice muy buenos amigos, en especial un chico del sur. Un tío un poco raro la verdad, le encantaban los temas de filosofía, hablabas con él y parecías tener delante una enciclopedia, siempre con respuesta para todo. Cuantas noches pasamos juntos, con nuestra botella de whisky en las manos. Él fue el que me dijo, que en esta vida siempre hay que luchar por lo que se quiere, sabiendo que quizás nunca ganemos; eso marcó bastante mi vida.
Tenía ya treinta y tres años cuando regresé a mi ciudad natal. Monté un pequeño negocio de hostelería, era algo esclavo pero al menos no tenía que rendir cuentas a ningún jefe. Así pasé varios años. Entré de nuevo, sin apenas darme cuenta, en una vida totalmente rutinaria. Cada día era igual que el anterior. Todos los días al cerrar el bar quedaba con Luis, con el que mantenía la amistad, y nos echábamos unas risas recordando las mismas viejas historias que nos hacían reír.
En uno de esos días y tras muchas cervezas, empezamos a hablar de nuestros amores. Ese día le confesé, que yo aún estaba enamorado. El se había casado y tenía un hijo. Tenía todo lo que se podía pedir y se le notaba feliz, creo que siempre le envidié de cierta manera.
Me preguntó que de quien estaba enamorado. Poco antes de irme a los veintiocho años, hubo una chica que me hizo cambiar para siempre, os daréis cuenta ahora que ese fue el motivo por el que me fui de allí. Luis no parecía creerme, no entendía que después de tanto tiempo siguiera enamorado de ella, ni siquiera yo sabía muy bien por qué, pero la amaba igual que el día en que ella me abandonó. En aquellos cinco años, apenas tuve noticias de ella. Al regresar, nos vimos un par de veces pero nunca le dije nada de lo que sentía, porque recordaba una promesa que le había hecho, que nunca volvería a decírselo.
Espero me perdonéis, ya que recordando todo esto no puedo evitar llorar, pero no por ella.
Dos días después, el destino (cruel destino en el que nunca creí) quiso que Luis nos dejara y en un accidente de coche, perdió la vida. Nunca podré olvidar aquel día en el tanatorio, todo tan frío. Supe en ese momento lo fuerte que podría llegar a ser al verme a solas con su mujer. No os imagináis lo que es eso, como mirar a la cara de la mujer de tu mejor amigo, el día en que todos lloran su muerte. Tragas saliva y miras al cielo pidiendo a un Dios que no existe que te ayude a no llorar. Por tu mente pasan todos esos momentos junto a él, todas esas risas, ese último día entre cervezas en que envidiabas su felicidad. Piensas que por qué a él…me acerqué a su mujer y le dio un abrazo, mi mente se bloqueó y no pude decir nada, solo intentaba no derramar ni una sola lágrima. Fue ella, con los ojos rotos, quien dejó escapar una sonrisa y dándome un palmada en la espalda me dijo: - joder, como te quería…- en ese momento quieres morirte, no sabes que decir ante esa persona, que rota por dentro, aún te puede sonreír. ¿Y yo soy fuerte?
Me fui del tanatorio intentando aparentar que estaba bien. Y antes de llegar al coche pude escuchar a mi espalda.
-No estés triste, era un cielo y a él se irá.
Me di la vuelta y la vi a ella. Toda mi fuerza se esfumo de golpe, sentí como todo se me venía encima, como esa entereza que había mostrado se fundía. Le di un abrazo y rompí a llorar. Ella no me soltó en ningún momento, es increíble cuanto necesitaba aquel abrazo.
Quise invitarla a un café, pero me dijo que tenía que irse en seguida. No volví a llorar, pero mi corazón dejo escapar todas las lágrimas que el silencio permite hacerlo. La miré a los ojos y le dije…SIEMPRE. Ese fue el último día que la vi.

3 comentarios:

  1. ¡Hola, Jesus! ¡Qué emotivo lo que has escrito! Adivino en ti a un ser dulce y sensible. Te dejo un cálido abrazo. María Inés.

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    Respuestas
    1. gracias María. me gusta creer que soy dulce y sensible. espero que el final de la historia sea así.

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  2. Ea realmente conmovedora, me ha encantado.

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